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Moleskine ®, la leyenda.

Moleskine ®

Publicado: 2010-03-10

Para quienes soñamos con el día en que podamos escribir, para quienes escriben como algo regular y para quienes aman por sobre todas las cosas la literatura, los Moleskine son el lujo donde colectar pajitas.

Los cuadernos Moleskine son símbolo de historia y tradición. En ellos escribieron Vincent Van Gogh, Pablo Picasso, Ernest Hemingway, entre otros. Rectángulo, negro en orígen, con esquinas redondeadas y bolsillo interior expandible, un Moleskine exige responsabilidad y criterio. Estos cuadernos se producían hace más de un siglo por un encuadernador francés, proveedor de papelería a varias tiendas en Paris, donde el avant-garde literario y artístico solía hacer sus selecciones. Compañero de viajes práctico e invaluable, a lo largo de la historia el cuaderno Moleskine ha recopilado bocetos, anotaciones, ideas sueltas y garabatos, que luego se han convertido en las más fascinantes historias y cuadros de renombre.

Bruce Chadwin, novelista inglés, adoptó los Moleskine como sus favoritos y les dio el nombre que llevan hasta ahora. En 1980 se volvieron muy escasas, hasta que en 1986 la familia francesa decidió dejar de producirlas, por lo que Chadwin tuvo que comprar todas las que quedaban antes de mudarse a Australia. En 1997, una familia italiana decide revivir la historia y desde entonces podemos encontrarlos en varios países del mundo.

Mi historia con los Moleskine comenzó hace pocos años. Salía con un chico que era escritor y que siempre llevaba un cuaderno de notas, un lapicero y un paquete de cigarrillos consigo. Nos sentábamos en el Haití por las noches, él a revisar lo que escribía, yo a leer el libro de turno. De cuando en vez tachaba, dibujaba y escribía cosas ininteligibles en el cuaderno. De cuando en vez me hablaba.

Años después salí con un arquitecto. Era la época en la que me había animado a probar si podía escribir. Acababa de matricularme en la Escuela de Escritura del CPUCP y de recibir la primera clase. ¿Quieren ser escritores? Hay solo una cosa que deben aprender. Abran su cuaderno en alguna página en blanco y escriban lo que estoy poniendo aquí en la pizarra. Pude ver cómo, lentamente, aparecían cada una de las letras sobre el enorme fondo blanco que colgaba de la pared. M - O - L - E - S - K - I - N - E. Fue menor mi sorpresa cuando repetí el ciclo y vi al mago hacer el mismo truco, para mi por segunda vez. El escritor es como un ave. Un ave que recoge pajitas sin saber bien lo que está haciendo, o la razón por la que lo hace. Solo se deja guiar por lo que siente y recoge pajitas, desde que sale el sol hasta que éste se pone. Escoge las más largas, las más resistentes y las va guardando, una por una, con suma paciencia. De pronto, un día, observa lo que ha hecho y se dice "¡Oh, es un nido!" Eso es lo que hace todo escritor. Recoge pajitas. Eso es lo que ustedes van a hacer a partir de ahora. ¿Y dónde las van a poner? En su Moleskine. El arquitecto me recogió esa noche y le conté la historia. Semanas después llegaba un cargamento de Moleskine negras que había pedido por Amazon. Algunas tenían mapas, como el mapa de París, aprovechando que en pocos días se iría a conocer la ciudad. Otras tenían hojas gruesas en blanco, aprovechando que quería retomar sus bocetos y pinturas en acuarela. Le pregunté si podía quedarme con una. Debí saber que me diría que no, después de todo, aún tenía muy presente el comentario que me hizo cuando le conté lo de la Escuela. Vamos a ver si una persona que no tiene el mínimo de cultura puede lograr ser escritora.

Han pasado ya dos años desde ese día. Escribir me sigue costando, pero cada vez me importa menos lo que otros piensen y más lo que yo quiero sacar afuera. Debe tener que ver con que cada vez me importo más yo, a pesar de quien sea.

Fue así como ayer me decidí a encontrar un Moleskine rojo. Un amigo me había prometido traer uno de alguno de sus múltiples viajes. Mientras esperaba, había conseguido uno de cuero con hojas recicladas, que me resultó muy difícil para anotar, uno chino imitación Moleskine que se manchó de rojo en la mudanza, y luego un par de cuadernos decentes, que resultaron muy grandes para las carteras que usaba. Así, los fui descartando una por una, hasta ayer que decidí probar nuevamente suerte. Pensando en esto, decidí llamarlo. Como no lo encontré, me fui de tiendas. Terminé en La Despensa, donde hacen libretitas parecidas, "made in Perú". Luego de mucho buscar y a punto de llevar a la amiga con la que había ido, al límite de su paciencia, decidí hacerle caso a la señorita que atendía. Me dijo que solo le quedaba un modelo de las diseñadas por "Andrea Navascués", para la colección "Jardín del Edén", porque la colección "País de las Maravillas" ya se había agotado. Más azul que morado, el cuaderno tenía un ave parada sobre una flor, ¿al parecer estaba recolectando una pajita?, y se cerraba con un elástico a tono para que las hojas no se malograran con el uso.

En la noche mi amigo llamó de vuelta. Son pocos los amigos que llaman de vuelta; yo misma soy considerada una ingrata, quizá por eso amo tanto cuando lo hacen. Nos vimos un rato y le conté la historia de la libretita-pájaro. Me comentó que pensaba salir de viaje pronto, que de todas maneras esta vez sí me traía una. Mientras conversaba con una amiga lo perdí de vista. Apareció al rato con un plato lleno de helado, una sonrisa y una libretita Moleskine. La Moleskine roja, se había acordado.

Beso y abrazo después, me dijo algo que creo es muy cierto. No la podías tener antes. Ahora sí estás escribiendo, todo llega en su momento. Además de lo histórico, del legado que significa tener un Moleskine ®, está la historia dos, lo que significa para mi haber recibido uno. Eso es lo que nos identifica con las marcas, ó como le llaman ahora, "Lovemarks". El mío no solo es rojo, sino que vino acompañado de helado de maracuyá y chocolate.


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